Sucesos
como el recientemente acaecido en el Instituto Joan Fuster; que lleva
el nombre de un ilustre escritor valenciano, que tuve la suerte de
conocer en su domicilio de Sueca, afectan a la confianza depositada
en los instructores de nuestros hijos, pensando que cada día hay más
peligro e inseguridad en las aulas. Pero lo que es peor, es que ellos
mismos pierdan la confianza en su trabajo, en su función como
docente.
Cuando
se producen sucesos aislados como el que nos ha sobrecogido, se
produce un esfuerzo por tratar de asimilar, entender algo del acto,
desde la motivación de un niño de 13 años para llegar a ese punto,
hasta como prevenir acontecimientos similares en el futuro. Saltan
las alarmas y se piensa en la seguridad, máxime en estos temas que
afectan a nuestros hijos, y cuya protección desea todo padre. Pero
la solución no es limitar al máximo la libertad del otro, como
sucedió como reacción inmediata, después del atentado a las torres
gemelas de New York, o dotar de medios excepcionales a los
institutos, como el que ley ayer en el periódico Información, en la
que se pedía dotar a los institutos de más de 400 alumnos, de un
psicólogo clínico.
Estamos
viendo en lo centros educativos como se está abusando de
diagnósticos, etiquetas, que favorecen la psiquiatrización de la
escuela. El porcentaje de niños con trastornos alimenticios, TDAH,
trastornos de personalidad, síndrome de asperger, adicciones a los
videojuegos, al hachís, a los móviles, problemas con las redes
sociales, bullying, etc., hacen que los laboratorios farmacológicos
se froten las manos, ya que el porcentaje de niños medicados es
mayor cada día. Todo esto hace también que las escasas unidades de
salud mental infanto-juvenil (USMIs), estén colapsadas, puesto que
cuando se ve algo raro la derivación a éstas, es inmediata.
Mis
palabras, que vienen precisamente de un psicólogo clínico, no
tienen que tomarse como que todo este cambio educativo, es negativo.
Es necesario, si se sospecha un trastorno mental, diagnosticarlo y
tratarlo, pero también hay que entender la individualidad, las
características del niño y ejercer como profesor, ya que todas
estas patologías no han surgido ahora, y el profesor antes tenía
más confianza en sí mismo y en su entorno académico. Con muchos
menos medios podía transmitir un saber y lograr una motivación en
los alumnos, que ahora también es difícil, porque el propio
profesor también tiene algún problema de motivación, angustiado
por todos estos sucesos, y sobre todo por la falta de apoyo de las
autoridades educativas y por los padres, que buscan a Otro del saber,
en la medicina o la psicología, para eludir muchas veces su
responsabilidad como padres.
En
estas letras por tanto quiero señalar la necesidad de que los
docentes recuperen un poco más de seguridad en sí mismos, para
poder ejercer su función (en cierta forma imposible como decía
Freud), de enseñar y educar en ciertos valores mínimos, como es el
amor al saber. Bastaría esto, si pudieran transmitir este amor al
saber, sería más fácil enseñar, o mejor dicho, menos difícil.