Vivimos
unos momentos de miedo en la sociedad, desde los últimos atentados
yihadistas producidos en París. La reacción en unos países ha sido
mayor que en otros. España ha estado vacunada muchos años ante este
miedo, acostumbrados desgraciadamente a los atentados de ETA (que han
provocado 849 muertos según el gobierno vasco). Después, los
atentados de la estación de Atocha en Madrid, del 11 de marzo de
2004, nos volvieron a hacer vulnerables, y blanco de atentados
yihadistas (aunque después de la retirada de tropas de Afganistán,
no eramos ya objetivo prioritario), pero la sociedad madrileña y
española, reaccionó bien, se hizo el duelo necesario y se
aumentaron las precauciones, sin esconderse en casa.
Resulta
llamativo por tanto que ese trauma social del 11 M, haya curado de
una de las mejores formas de las cuales se puede esperar. Después de
los atentados de París del 13 de noviembre pasado, no ha sido así
por parte de Francia y Bélgica, que ha buscado la venganza como
respuesta inmediata, las medidas extremas de seguridad y el
patrioterismo (como llamada al Otro paterno en busca de protección).
Esto ha propiciado que la sociedad esté en alarma permanente, en una
situación de estrés continuo. Cualquier ruido inusual en la calle,
desata situaciones de pánico colectivo exageradas. El miedo del otro
nos hace que inmediatamente nos pongamos en guardia. Es uno de los
miedos ancestrales que perciben los hijos/as para que se pongan en
situación de alerta, por eso es fácil reconocer en niños miedosos,
madres miedosas (o padres miedosos). Miedo que es más habitual en
adultos que han pasado por situaciones traumáticas, que los vuelven
a poner en alerta, ante situaciones que pueden suponer amenazadoras.
El
miedo por tanto, es una de las formas de contagio social más
extendida. La propia percepción, a veces irracional, ante una
situación que pensamos que puede producirse, ante una situación que
puede ser imaginaria, desata en el otro, inmediatamente, una reacción
empática similar de alerta. Si la respuesta llega a un monto que no
se puede llegar a controlar, lo que se conoce como situación de
pánico, afecta enseguida a todos los que tenemos alrededor, y se
puede convertir en una estampida, que suele tener un desenlace
terrible (tres chicas muertas en la estampida que se produjo en la
fiesta de Halloween de Madrid-Arena hace tres años).
Estas
situaciones de miedo sin apenas control, es lo que busca precisamente
el terrorismo, alarmar hasta un punto que la sociedad viva en una
situación de inestabilidad constante, que se ha buscado a menudo por
regímenes que han querido favorecer un golpe de estado, postulándose
ellos mismos, como los únicos que podían revertir la situación de
terror que habían creado, y llegar a una tranquilidad, a una paz en
la que no podía haber libertad excesiva, bajo la escusa de mantener
una amenaza externa. Así esta “paz” ha durado en ocasiones más
de cuarenta años.
Sabemos
por consiguiente, que el miedo se puede manipular, por los que mandan
para mantener un status, un régimen inmovilista, como el régimen
franquista (ahora que se conmemora el aniversario de su muerte). Pero
también por los que están fuera del estado, desde una lucha que
pretende ser entre civilizaciones. El terrorismo islámico, ha
superado las escalas inferiores hasta el punto de considerarse, como
una amenaza que está llevando a una tercera guerra mundial, en
palabras de François Hollande (nombre que en su homofonía une a
Francia y a Holanda), y creo que también en palabras del papa
argentino.
Esta
consideración sitúa a esta amenaza con una entidad mayor, hasta
ahora no conocida, ya que atenta contra varios países, y en los que
se ha pedido que se involucren los países pertenecientes a la OTAN
(entre ellos España).
¿Qué
supone todo esto para el imaginario del sujeto?, para el “españolito
de a pie”, como diría Antonio Machado, la propiciación de un
miedo subyacente, que va generando una situación de intranquilidad,
de temor, que aprovecharán los diversos partidos de las Españas, ya
en campaña electoral, para sus propios intereses.
Pero
para la psicología social, esta situación también puede
desarrollar el inicio de una inestabilidad, que puede ser muy dañina,
ya que puede hacer aumentar progresivamente el miedo y convertirlo en
una angustia paralizante, que adherida a los temores de cada sujeto,
pueda llevar a la creación de síntomas neuróticos, que ya no se
puedan manejar.
¿Qué
quiero decir?. Aunque reconozcamos que la situación actual es muy
grave, y que además se une a una de las crisis económicas mundiales
más importantes, no por ello nos debemos dejar llevar por una
angustia desmedida, que convierta nuestras vidas en una situación de
temor continua, Que se parezca a una especie de agorafobia, que nos
impida salir a la calle, a lugares concurridos por la amenaza
continua de atentado, ello no supone adoptar las precauciones
elementales, pero si deberíamos llevar una vida lo más “normal”
posible, ya que es imposible como reconocen los propios gobernantes,
conseguir una seguridad total. Teniendo en cuenta también, que el
peligro de que la demanda de más seguridad, puede alterar
considerablemente la libertad, que tanto nos ha costado conseguir (a
unas generaciones más que a otras).
Llevando
una vida cotidiana sin temores excesivos, ya que no se puede prevenir
cualquier riesgo, no le haremos el juego a los terroristas, y no
elevaremos innecesariamente nuestros niveles de angustia, evitando
así la aparición de síntomas.